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oct 2025

PERSONAJES DE LA HISTORIA: Valentina Tereshkova: La Gaviota que Vol贸 m谩s Alto que el Machismo

3 de Octubre de 2025. Ana Teixeira Cruz, Alfredo Ramirez Anaya

En un mundo dominado por las decisiones de hombres en trajes grises, donde el cielo era un territorio exclusivamente masculino, una mujer nacida del corazón obrero de la Unión Soviética se atrevió a romper la atmósfera. En 1963, Valentina Tereshkova no solo se convirtió en la primera mujer en volar al espacio: se convirtió en un símbolo feroz de resistencia, de empuje femenino y de victoria contra los límites que el patriarcado impone.


Desde Bolshoye Máslennikovo, un rincón rural del centro de Rusia, emergió una niña hija de una trabajadora textil y un tractorista. Con apenas dos años, ya era huérfana de padre, caído en combate en la Guerra de Invierno. Con ocho años empezó la escuela y, como millones de niñas de su generación, tuvo que interrumpir sus estudios para trabajar. Pero Valentina no se conformó con el destino que se le había impuesto: estudió por correspondencia, trabajó en una fábrica y se lanzó —literalmente— al vacío en paracaídas para conquistar el aire y demostrar que su lugar no era solo frente a una máquina textil, sino allá donde los hombres temían verla llegar: en el cielo.

Cuando la Unión Soviética, en plena carrera espacial, decidió enviar a una mujer al cosmos, las condiciones eran tan rígidas como excluyentes: menores de 30 años, paracaidistas expertas, menos de 1,70 metros y 70 kilos. Como si el espacio necesitara modelos de pasarela. Pero Tereshkova no solo cumplía con esos estándares diseñados por y para hombres: los superaba. Su origen proletario fue considerado "apto", casi como si su clase social limpiara su atrevimiento. Aún así, tuvo que someterse a entrenamientos extenuantes: pruebas de aislamiento, simuladores de gravedad cero, vuelos en cazas MiG-15, saltos desde altísimas altitudes... Nada de eso la detuvo. Su determinación era la de una revolución.

El 16 de junio de 1963, a sus 26 años, subió a la nave Vostok 6 y se convirtió en la primera mujer de la historia en orbitar la Tierra. Su nombre en clave fue Chaika —la gaviota—, pero no fue un ave delicada planeando sobre las olas: fue un halcón que desafió el poder masculino, una llamarada feminista en una era donde las mujeres apenas tenían voz, mucho menos alas.

Durante tres días, Tereshkova enfrentó náuseas, migrañas, errores de programación que podrían haberla condenado a la deriva en el vacío. Pero no se quebró. Corrigió el rumbo, completó su bitácora, capturó imágenes de la atmósfera, y demostró que el valor, la disciplina y la inteligencia no tienen género. A su regreso, después de 48 órbitas y más de 70 horas en el espacio, había acumulado más tiempo de vuelo que todos los astronautas estadounidenses juntos hasta ese momento. Una bofetada a la narrativa masculina de la conquista espacial.

¿Y qué hizo el sistema con esa hazaña? La celebró… y luego silenció a las demás. Aunque otras cuatro mujeres fueron entrenadas junto a ella, ninguna voló. Pasarían 19 años hasta que otra mujer soviética, Svetlana Savítskaya, pudiera volver a seguir sus pasos. Valentina lo sabía. Y lo dijo. Lo gritó en entrevistas, lo dejó claro: ser la primera no le bastaba si no podía abrir camino a otras.

Estudió ingeniería, se doctoró, fue madre, parlamentaria, símbolo. Y a los 76 años, cuando ya muchos hombres astronautas habían sido olvidados por la historia, Tereshkova sorprendió de nuevo diciendo que estaba dispuesta a viajar a Marte, aunque el viaje fuera solo de ida. Porque las mujeres como ella no miden su valor en aplausos ni en estatuas, sino en el impacto de sus pasos. O de sus vuelos.

En tiempos donde aún se discute si una mujer puede liderar, decidir o tomar su lugar en la historia sin pedir permiso, el ejemplo de Valentina Tereshkova es una llamarada implacable. Fue obrera, paracaidista, cosmonauta, madre, doctora, política. Pero sobre todo, fue una mujer que se negó a encajar en el molde que el patriarcado le ofrecía.

Hoy, más que nunca, recordamos su gesta no como una rareza ni una anécdota en los libros de historia, sino como un grito que sigue resonando:Las mujeres no están hechas para romper techos de cristal; están hechas para romper atmósferas.

A todas las que luchan por conquistar su propio espacio.

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